Como su madre, Inayat Bibi, y sus hermanos, Patras y Aslam, Iqbal ignoraba esta lucha llevada a cabo por algunos revolucionarios para que familias como la suya, se liberasen un día del yugo de su patrón. Este grupo hacía una tarea vieja y siempre nueva: dar la vida los demás. Dedicar tiempo, esfuerzos, cualidades y todo el ser a construir la sociedad nueva que todos necesitan. Enfrente tenían a los opresores; la tarea fundamental: ir agrupando y asociando a los débiles. Los pobres solían acoger bien su mensaje pero no resultaba sencillo llegar a todos ellos.
Ocupado en tejer diariamente bajo la vigilancia de su patrón, Arshad Mahmood, el niño de Haddoquey era un esclavo más entre tantos de un sector, la industria de las alfombras, al que no habían llegado las acciones militantes desplegadas en las fábricas de ladrillos por el Bhatta Mazdoor Mahaz.
En efecto, desbordado por las denuncias provenientes de todo el país, el “Frente de los trabajadores de ladrillo” no se había incluido en su táctica directa a los obreros y a los niños en situación de servidumbre en otros sectores de la economía. El polo de resistencia que se había constituido y después consolidado sobre las condiciones de trabajo en las fábricas de ladrillos era una isla de injusticia denunciada en medio de un océano de desigualdades y de prácticas de otra época.
Lo que Iqbal y sus compañeros no podían saber en los años 19861988 era que la situación iba a cambiar. En efecto, el Bhatta Mazdoor Mahaz constituido en Lahore por Ehsan Ullah Khan, para liberar a los ladrilleros, se disponía a desarrollar su acción en otras direcciones. En el plano internacional las negociaciones, iniciadas con el fin de adoptar por la asamblea general de las Naciones Unidas la primera Convención sobre los derechos del niño, habían entrado en un nuevo período de atención sobre este tema por parte de la opinión pública internacional; además, comenzaban las movilizaciones sobre temas relativos a la esclavitud en la India.
Una organización india, Bandhua Mukti Morcha (Frente de Liberación de trabajo forzado) había comenzado a dejarse oír, intentando varios procesos contra el gobierno federal y contra los propietarios de hilanderías o de fábricas que empleaban a niños o a trabajadores esclavos. Su presidente, un antiguo ministro carismático que se llamaba Suami Agnivesh, lanzaba abiertamente llamadas a la movilización regional para eliminar estas calamidades.
Hacer propaganda de estas iniciativas en Pakistán, resultaba imposible bajo el gobierno militar dirigido por el general Zia Ulhaq. Contra los activistas deseosos de comprometerse de manera ofensiva en la lucha contra el trabajo forzado se lanzaban las acusaciones de ‘agente comunista’ y de ‘sionista’ o de ‘enviado de Moscú’; no pocas veces acabaron en las cárceles.
Pero durante el verano de 1988, cuando las últimas discusiones se desarrollaban en Ginebra para finalizar el texto de la convención internacional sobre los derechos del niño, ocurrió un primer acontecimiento en Pakistán, una brecha en el mundo policial: la muerte accidental de Zia, el presidente dictador. La campaña electoral que se realizó, después de la vuelta al poder del Partido popular de Pakistán presidido por Benazir Bhutto, prometía dar una efervescencia democrática de la que las diversas asociaciones pakistaníes esperaban aprovecharse: algunas para declararse oficialmente y otras, como la Bhatta Mazdoor Mahaz, para evolucionar y transformarse.
EL CASO DE DARSHAN MASIH
Un segundo acontecimiento, se reveló determinante, con repercusiones mucho más directas sobre el destino de los trabajadores y niños esclavos.
En el mes de noviembre de 1987, veinticinco trabajadores esclavos de una fábrica de ladrillos de Punjab, a la que pertenecía Malik Jahangir, comenzaron a ser noticia denunciando los abusos cometidos por su patrón y sus vigilantes. Nervioso por el hecho de que ciertos empleados se habían atrevido a protestar contra la decisión de vender a la mujer de un trabajador desertor, con el fin de reembolsar su ‘paishgee’, el propietario pasó al ataque: hombres torturados y flagelados, mujeres violadas y humilladas, niños encadenados… Una mujer embarazada fue atada y arrastrada por un coche a lo largo de un kilómetro.
Cuando se conoció la noticia de estos trabajadores suscitó la atención por parte de diferentes organizaciones de trabajadores, comenzando por la de Bhatta. Mientras, la encuesta confiada por el Frente de los trabajadores del ladrillo a un brillante abogado amigo, el secretario general de la comisión pakistaní de los derechos del hombre creada en 1986, reveló la cantidad de torturas que se realizaban. Disponían incluso de testimonios de hombres que afirmaban que los vigilantes de los propietarios habían violado a sus mujeres y a sus hijas delante de ellos.
Pero a raíz de estos descubrimientos y del nuevo clima creado por la muerte del general Zia y la desaparición consecutiva de los militares, Asma Jahangir había decidido con Ehsan Ullah Khan, preparar unas gestiones para permitir a los obreros heridos obtener una satisfacción económica. Para asegurarse del impacto de este asunto, el fundador de Bhatta había elegido presentar una denuncia judicial contra el gobierno delante de la Corte suprema por no respetar la Constitución.
El 18 de septiembre de 1988 es un día histórico. La Corte Suprema dio un veredicto favorable para los trabajadores, representados por uno de ellos, Darshan MASIH. Prohibía la práctica de los ‘paishgee’ y congelaba todos los adelantos concedidos hasta ahora por los patrones a los obreros. Esto había servido para advertir a los empleadores de ladrilleros que cesaran de realizar presiones a las mujeres y a los niños para hacerles trabajar.
La victoria de este 18 de septiembre inició una verdadera euforia. Reproducido y fotocopiado millones de veces, el juicio de la corte Suprema, titulado “Darshan MASIH contra el Estado”, revestía una importancia simbólica capital para el “Frente de los trabajadores de ladrillos” que, después de haberlo bautizado “Carta de Libertad” se encargaron de distribuirlo y venderlo. Por primera vez en Pakistán en efecto, el contenido de estas hojas llevaba a la opinión pública el tema de la esclavitud y del trabajo forzado. Más aún: daba a los trabajadores en situación de servidumbre un argumento de peso para aguantar a sus patrones.
El juicio del Tribunal Supremo fue provisional y limitado en algunos puntos. Pero en el contexto pakistaní era una bomba puesta justo bajo los cimientos del sistema económico tradicional que Ehsan y sus compañeros combatían hace años. Las consecuencias de esta explosión de alegría y de libertad fueron enormes.
DE BHATTA AL BLLF
Influenciado por la experiencia india del antiguo ministro Suami Agnivesh y de su Bandhua Mukti Morcha, en 1988 Ehsan propuso transformar su “Frente de los trabajadores del ladrillo” en un “Frente de liberación del trabajo forzado” (BLLF). Se trataba de cambiar no solamente de rumbo, sino también de tipo de acción y de modo de funcionamiento. La antigua organización, concebida como un sindicato, dejaba sitio a una estructura en que también cabía la colaboración extranjera. El corporativismo y las acciones puntuales en favor de los trabajadores de los ladrillos se sustituirían por acciones más generales en favor de la erradicación del trabajo forzado. El año 1988 marcaba en este sentido un giro decisivo.
En su taller de Haddoquey, el pequeño Iqbal y su patrón ignoraban este avance de los acontecimientos. Pero con la creación del BLLF, la industria de la alfombra pakistaní se encontraba súbitamente en el banquillo. Grandes usuarios de mano de obra esclava abusaban también del sistema prohibido del ‘paishgee’; los propietarios de las hilanderías figuraban naturalmente en el punto de mira del nuevo “Frente de liberación de trabajo forzado” en Pakistán.
En verdad, en lo que concierne a su funcionamiento, las hilanderías ofrecían similitudes, pero también importantes diferencias con los ladrilleros. En cuanto a las similitudes, estaba la profusión de intermediarios encargados de contratar a los empleados, de vigilarles, de controlar el aprovisionamiento de lana de los talleres y de obligar a los obreros a tejer.
El hecho de que cada uno, a lo largo de la cadena, buscara conseguir una comisión lucrativa, repercutía en los salarios de los pequeños aprendices de alfombras.
Otra semejanza entre la industria de la alfombra y la de los ladrillos concernía al sistema bastante desarrollado de los talleres familiares. El acuerdo era simple: el capataz del vendedor de alfombras proponía al obrero instalar uno o dos empleados de tejidos sobre los que podía hacer trabajar a su mujer e hijos. Todas las alfombras producidas eran para el mayorista que pagaba cada alfombra a sus familias por vía de sus colaboradores locales
Para los magnates de las alfombras era un excelente medio de evitar toda implicación directa en la utilización de mano de obra infantil. Ellos no lo hacían directamente sino tirando de los diversas hilos del sistema.
ENCADENADOS A TEJER
La pequeñez de los dedos de estos niños, su habilidad y la facilidad con la que ellos podían permanecer en un espacio reducido detrás de un trabajador hacía indispensable su presencia en la fabricación de las magníficas alfombras exportadas inmediatamente a precio de oro. Aparentemente ¡el empleo de estos niños era socialmente aceptado y económicamente necesario!
La realidad era bien diferente. Nada impedía a los obreros adultos tejer con la misma destreza las alfombras. La utilización de los niños, tradicional en sector de la alfombra, existe por otros criterios mucho menos confesables: la disciplina y la ausencia de resistencia. En caso de fuga o de falta de atención prolongada los contramaestres no dudaban en recurrir a los peores medios para obligar a estos muchachos a retomar sus tareas: algunos les encadenaban a los telares, otros les privaban de comida y la mayoría, se contentaban como Arshad en denunciar a los niños a sus padres con el fin que les castigasen ellos mismos.
UN NUEVO OBJETIVO: LAS ALFOMBRAS.
El hecho de emplear a los niños permitían conseguir salarios más bajos todavía. Los adultos eran explotados, pero más aun los niños. También en la época de la revolución industrial europea tuvieron los padres que quedarse sin trabajo porque el de los niños era más barato; mientras el proletariado industrial vagaba de un lado para otro, veía como sus hijos eran condenados a no ir a la escuela.
Los bronquios saturados por el polvo, las manos con la piel arrancada a fuerza de cortar los hilos y el impedimento de crecer por el hecho de estar sentados permanentemente no impedía a los niños o las niñas seguir su trabajo. Estaban siempre al borde del agotamiento.
La práctica recurrente de la esclavitud en la industria de la alfombra a la que se encargaban de atacar Ehsan y su Frente de Liberación para el Trabajo Forzado, era menos visible que la explotación de los obreros en la fábrica de los ladrillos. Instaladas al final de los pueblos, deliberadamente desplazadas de año en año para ser más discretas, las pequeñas hilanderías artesanales donde eran producidas la mayoría de las alfombras de calidad, eran a menudo difíciles de localizar.
El hecho de que las alfombras fabricadas en Pakistán eran en su mayoría vendidas en Europa o Estados Unidos prometía constituir un resorte potencial decisivo para realizar campañas de sensibilización y solicitar ayuda a organizaciones extranjeras. El Frente estaba viviendo una época marcada por la dimensión internacional y una táctica más dirigida a la opinión pública que a la lucha directa con los patrones.
LUCHAR EN TODOS LOS FRENTES
Con el fin de la ley marcial y las primeras elecciones legislativas convocadas por Benazir Bhutto, el país entero creía en la democracia. Había comenzado un principio de deshielo entre la India y Pakistán que había permitido a diferentes organizaciones humanitarias de los dos países conocerse. Nada unía orgánicamente al BLLF pakistaní y el BLLF indio de Suami Agnivesh. Era un acercamiento político común, fundado en un esfuerzo de sensibilización.
Los problemas que Ehsan y su organización comenzaban a atacar daban un poco de vértigo a cualquier militante de la organización. En efecto, al acercarse poco a poco a los trabajadores de ladrillos, en cuyo seno se había convertido en el líder pakistaní este antiguo estudiante de derecho que probaba el periodismo y la política, descubría un mundo desconocido para él. El camino no era el mismo: no se trataba solamente de obtener, como en las fábricas de ladrillos, la libertad para personas o familias enteras sino de lograr una legislación y una política favorable a la erradicación de la esclavitud en Pakistán.
INMEDIATA TRAGEDIA
En el año 1988 se había producido una última oportunidad: Al Pakistán asolado por importantes inundaciones, y por cambios políticos, llegaron decenas de periodistas extranjeros. Algunos de ellos llegaron a Lahore e, inmediatamente alertados por la importante decisión del Tribunal supremo, habían comenzado a investigar sobre el tema de la esclavitud y del trabajo forzado.
Para Ehsan como para tantos otros responsables de organizaciones pakistaníes, el hecho de que reporteros extranjeros expresen así su interés era un fenómeno nuevo. Con la prensa extranjera se abría un nuevo horizonte: el de la sensibilidad internacional. En sus periódicos que algunos reporteros enviaban a la organización después de la publicación, aparecían fotografías de los rostros de los niños y niñas extenuados en las fábricas de ladrillos o en las hilanderías.
En este momento el BLLF pakistaní y el BLLF indio han comenzado a conceder más sitio en sus programas a los niños aunque, inicialmente, estaban dirigidos a los adultos.
UNA HERIDA MEDIEVAL
Las industrias de la alfombra, no eran las únicas que abusaban en Pakistán de la mano de obra infantil. En las explotaciones agrícolas, por ejemplo, la situación no era mejor. Vendidos por algunas centenas de rupias a pequeños granjeros de los pueblos, centenares de miles de niños esclavos estaban dispuestos a atravesar el país para trabajar en tareas duras del campo. Los más afortunados guardaban búfalos o alimentaban al ganado. Pero la mayoría trabajaban en los arrozales o con la madera desde los 6 ó 7 años. Para estos chiquillos, sometidos a la voluntad del granjero, su único porvenir consistía en acumular deudas para poder, a la hora de su matrimonio, adquirir una chabola de adobe con un tejado de paja. Esta sería la casa de su familia, en la que quizás habría una televisión…, hasta el día que su primer hijo ya bastante mayor para trabajar podría ser vendido por un buen paishgee a otro granjero.
Otros sectores empleaban niños de menor edad, a menudo con el consentimiento de sus padres, para los que esta mano de obra constituía el único recurso de valor. En las curtidurías del distrito de Kasur, por ejemplo, cualquiera que atravesaba el descansillo del taller se encontraba con niños de menos de 10 años, marcados por el sol a fuerza de extender en los tejados las pieles previamente bañadas en alquitrán. En la pequeña ciudad de Kasur, impregnada del pestilento olor de los despojos, de las pieles descuartizadas y del ácido utilizado para limpiarlos, podía verse a estos niños ocupados en tratar los cueros empapados de amoníaco. Los contramaestres sentados a la sombra y envueltos en sus “salwar kamiz” inmaculado, miraban cómo trajinaban los niños que acababan con la piel quemada por las quemaduras del ácido, el estómago hinchado a fuerza de beber agua contaminada por las defecaciones de los animales, medio ciegos por las emanaciones de amoníaco y con el desarrollo corporal y mental totalmente truncado.
EL MODERNO SIALKOT
Otro distrito de Punjab había hecho de la mano de obra infantil uno de sus principales recursos: el de Sialkot, situado al norte de Lahore, junto a la frontera india. Esta región era célebre por su herrería y ahora nuevas producciones se habían instalado a comienzos de los años 80: la fabricación de artículos de deporte. Convertida en una ciudad industrial, y volcada al cien por cien a la exportación, Sialkot vió multiplicarse las factorías prefabricadas cuya producción era enviada a más de ochenta países. Cuando el afán de lucro se pone en marcha es verdaderamente rápido e implacable. Las raquetas de tenis, balones de fútbol, los palos de cricket… se fabricaban en estas cadenas de producción donde centenares de niños pasaban los días cosiendo los trozos de cuero, extendiendo las cuerdas, y transportando enormes sacos de los diferentes productos.
Las fábricas escondían millares de talleres familiares que funcionaban del mismo modo que las fábricas de ladrillos o las hilanderías. Niños y niñas cosían a lo largo del día las piezas de cuero sin poder hacer nada sin la autorización del contramaestre. El efecto del polvo por las largas horas pasadas sentados y la malnutrición crónica provocaban epidemias, enfermedades respiratorias, cantidad de malformaciones físicas y retrasos mentales.
Otras actividades localizadas en Sialkot se revelaban todavía más peligrosas: la fabricación de instrumentos quirúrgicos y de utensilios de precisión, acababan en grandes accidentes cuando los niños manejaban indebidamente los moldes destinados a pulir las tijeras y escalpelos.
Todos, niñas o niños tejedores, ladrilleros, fabricantes de balones, pastores de búfalos padecían la misma pena: la de el ‘paishgee’, la dependencia total.