¿Por qué un colegio?

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Abordar el tema de la infancia maltratada como deseaban hacerlo Ehsan y los responsables del BLLF, les conducía naturalmente a vérselas con la grave problemática del sistema educativo en Pakistán. El “país de los puros” era una tierra de desigualdades escolares donde más de un 50 % de niños de la misma edad no realizaba una escolaridad normal. Los que se deja-ban convencer para que llevaran a sus hijos al escuela abandonaban meses más tarde a razón del precio real de la educación: libros, parte del sueldo del maestro, transporte.902-12

Diplomados por los mejores colegios del país como los instituto Atkin-son o Saint Anthony’s de Lahore o educados en el extranjero, los hombres de negocios desde hace tiempo justificaban contratar a niños pequeños con la necesidad económica. La solución más rentable para las familias era poner a sus hijos a trabajar tejiendo alfombras el salario que se obtenía era mínimo pero al menos sus hijos aportaban un poco de dinero cada mes. Como en tantas otras ocasiones el sistema estaba bien montado y no le faltaban la complicidad de los intelectuales.

RESISTIR A TODA COSTA

Siendo cínico, este razonamiento respondía a la mentalidad de nume-rosas familias que, como en el caso de Iqnayat Bibi, no veían nin-guna posibilidad de escapar a este sistema. Para millones de adultos pakistaníes pobres, duramente afectados por el paro la venta de niños o el trabajo a domicilio de estos era el resultado de una trágica ecuación económica; los padres no eran contratados y se veían obligados a entregar a los hijos. La economía de mercado lleva a estas y otras perversiones no por más frecuentes menos merecedoras de un juicio moral.

LUCHAR EN PRIMER LUGAR

Después de haber obtenido algunas victorias por la utilización de métodos políticos radicales en su combate con-tra los patrones de las fábricas de ladrillos, el fundador de Bhatta era reticente ante toda acción prudente. Como buen sindicalista estimaba que la situación no cambiaría si no era bajo la presión de un conjunto de fuerzas.

Convertido en responsable de una organización humanitaria, este mili-tante formado en el terreno de las luchas sociales y fuertemente in-fluenciado por cosmovisión marxista que le llevó al combate sindical, es-tuvo en las fábricas de ladrillos donde vió y escucho demasiadas cosas como para confiar únicamente en las negociaciones. Sabía que él y sus simpatizantes se encontraban irremediablemente en un lado de la barrera, mientras que los industriales de alfombras y otros patrones de ladrillos ocupaban el otro bando. Eshan pretendió hacer del Frente de liberación del trabajo forzado” un instrumento de lucha más que de negociaciones.

PODER HABLAR ; AL FIN!

A finales del año 1992 en la gran plaza de esta aldea comerciante de Punjab, más de una decena de policías habían sido des-plegados por el ayuntamiento. Bonito ambiente el de aquel encuentro anunciado desde varios días por medio carteles exhortando, en un esti-lo casi revolucionario , a los trabajadores de alfombras y de ladrillos a hacer fuerza juntos contra los opresores. En la tribuna, instalada sobre una pequeña plataforma levantada, se sucedieron los discursos ardientes durante una hora. Todos los líderes invitados a hablar al micrófono recordaban la ley que habían logrado se promulgara. Una verda-dera ley, votada por la mayoría en una sesión extraordinaria por el Par-lamento federal del país, y después aprobada por el jefe de Estado Ghulam Ishaq Khan, el 11 de Marzo de 1992. Publicado el 17 de marzo en el volumen XLIV de la Gaceta de Pakistán, periódico oficial local. Después, la decisión histórica del Tribunal supremo pakistaní del 18 de septiembre de 1988, que prohibía ofi-cialmente el principio del paishgee. Este texto legislativo de 7 páginas y 21 artículos venía a completar el arsenal jurídico utilizado por el Fren-te de Liberación del Trabajo Forzado.

UNA VICTORIA INESPERADA

Para el BLLF, la ley votada por el parlamento pakistaní en la primavera de 1992 valía oro. En efecto, contrariamente a la decisión del Tribunal Supremo, cuya jurisprudencia hacía argucias jurídicas, la formula-ción del artículo 4 del Bonded Labour System (liberación) act, especi-ficaba que el sistema de trabajo en servidumbre debería ser abolido y que “todos los trabajadores esclavizados deberían ser libres”.

Fuerte por esta victoria política, pero consciente de los obstáculos que quedaban para aplicar este texto legislativo, Ehsan había retomado es-tos últimos meses su bastón de peregrino. De Lahore a Faisalabad, pa-sando por las ciudades de Multan o de Kasur, este sindicalista hábil, en parte periodista, en parte abogado, había multiplicado las reuniones de información y de movilización, hasta los rincones más escondidos de Punjab. El programa, era siempre el mismo: 4 ó 5 intervenciones de ora-dores conocidos de un medio obrero, intercalando canciones populares o actuaciones cómicas. Había que colocar carteles en las paredes de los pueblos y yendo de puerta en puerta a las granjas, hilanderías, fábricas de ladrillos, fábricas de material deportivo… Los carteles encolados con una cola de pegar bastante mala eran de dos colores, blanco y rojo, y anunciaban el programa de actos.

PRISIONERO EN HADDOQUEY

Dos horas en autobús separaban Sheikhupura, donde se desarrollaba la manifestación, de Haddoquey donde Iqbal trabajaba en el taller de Arshad. El chiquillo llevaba seis años viviendo en una situa-ción de total servidumbre, tejiendo las alfombras encargadas por los mayoristas a los patrones. Su hermano Patras también estaba allí. Patras decidió seguir a Iqbal a los 11 años, después de haber sido empleado durante varios meses en una fábrica de ladrillos. En medio de aquel clima de opresión sistemática y aplastante. Con la pueril creencia de que eso era lo único que existía en el mundo Iqbal creía que Arshad era bueno con él. ¿Tenía la posibilidad de pensar otra cosa? Algunos rasgos de menor violencia por parte de Arshad lo convertían en un “buen patrón”.

Iqbal había adquirido poco a poco todos los automatismos del duro oficio de aprendiz de tejedor. Sus dedos, encorvados a fuerza de retorcerse para enhebrar la lana en el tramo de la futura alfombra y tirar de un golpe para hacer el nudo, seguían reproduciendo mecánicamente este movimiento horas y horas . ¡Un verdadero tic de profesional! Y un físico en armonía: dañado a lo largo del día por las fibras arrancadas con la fuerza del ventilador del taller, la cara del niño quedaba imberbe, no tenía nada que ver con la carita de los adolescentes de su edad. Parecía, por sus rasgos can-sados, un adulto acostumbrado a sufrir.

LA PRIMERA HUELGA

A finales de 1992, Iqbal sólo había oído hablar una o dos veces del BLLF y de los esfuerzos empleados por sus militantes para movilizar a los trabajadores atados como esclavos al régimen de servidumbre. Fue Pa-tras, su propio hermano y colega de taller, quien le había informado. A finales de 1991, convencido por uno de sus vecinos, Patras, se atrevió a ir a Sheikhupura para asistir a un encuentro organizado por Ehsan y sus compañeros del BLLF. En esta reunión de 1991, más de dos mil personas escuchaban a los oradores denunciar en público a la “mafia de las alfombras” y reclamar “la anulación de los ‘paishgee’ de todas par-tes”. Enardecido por estos propósitos liberadores, Patras se puso en huelga al día siguiente de esta manifestación. ¡Una verdadera huelga en

Los responsables del BLLF habían acordado que el 18 de septiembre de 1992, aniversario de la decisión del Tribunal supremo, fuera proclamado “día de los niños trabajadores de alfombras”. Los seguidores del BLLF se habían atrevido a exhortar a los importadores extranjeros a boicotear la Feria de alfombras de Lahore, vitrina del poder económico

Iqbal era maltratado físicamente, pero estaba obligado por la penuria a seguir al servicio de Arshad, patrón de formas “correctas” y siempre dispuesto a alargar el ‘paishgee’ para “sacar de apuros” a la familia

Tres días antes de la manifestación de 1992 encontró a un grupo de simpatizantes del BLLF en Haddoquey con el abogado Munnawar Virk. Regordete y obstinado, el responsable local del BLLF paseaba bajo la lluvia del monzón, por la callejuela que conducía al taller de Iqbal, mientras que éste sentado delante de su telar, intentaba protegerse del agua que caía a pesar del tejado de paja. Pocos eran los que llevaban esa clase de pantalones occidentales en aquel burgo de Punjab; por otra parte, distribuir octavillas parecía una iniciativa incongruente en ese barrio donde todo el mundo era analfabeto, excepto el profesor de la escuela privada vecina. Se trataba de atraer al mayor número de obreros posible para el próximo mitin. Perfectamente consciente de la susceptibilidad de estas aldeas rurales, sabía que debía dar la cara para aglutinar a la gente. Todos los obreros, o casi todos, tenían quejas contra sus patro-nes o contra los emisarios de los comerciantes de alfombras de Lahore. Pero pocas personas se atrevían a rebelarse contra tantas injusticias. Para empezar, porque pocos pensaban que había otra posibilidad; sólo sabían que aquello era insoportable pero a la vez creían que era inevitable.

Parece que Arshad entabló conversación con este extraño ciudadano. Invitó al abo-gado y a su guía a sentarse, y después ordenó a uno de sus aprendices que calentara la tetera para ofrecerle el té de bienvenida. Arshad no parecía descontento al confrontar sus puntos de vista con los de los militantes: como muchos de los arrendatarios inquietos por la reciente decisión del Parlamento de Islamabad de abolir el trabajo en servidumbre, el tejedor de Haddoquey temía verse enfrentado frontalmente a las organizaciones de defensa de los derechos del hombre, a los que la televisión nacional había dedicado algunos reportajes. Prefería otra táctica. Arshad decía que encontraba legítimo que los obreros de alfombras se organizasen. Pero con la condición de que éstos reconociesen los contratos de los patrones. Cada cual debía defen-der sus intereses. Y a la espera de otro sistema, a Arshad le parecía que el ‘paishgee’ era el medio de asegurar una mano de obra necesaria y que sería peor no tener trabajo.

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